Produccion Literaria

Novelas y cuentos
  • 1935 - agua Colección de cuentos integrada por: Agua, Los escoleros y warma kuyay 
  • 1941 -  yawar fiesta  
  • 1953 - «La muerte de los hermanos Arango».
  • 1954 - diamantes y pedernales
  • 1958 - los rios profundos
  • 1961 - el sexto
  • 1962 - la agonia de rasu ñiti
  • 1964 - todas las sangres
  • 1965 - el sueño del pongo
  • 1967 - Amor mundo y todos los cuentos.
  • 1971 - el zorro de arriba y el zorro de abajo
  • 1973 - Cuentos olvidados.
Estudios etnológicos, antropológicos y del folclore
  • 1938 - Canto kechwa.
  • 1947 - Mitos, leyendas y cuentos peruanos.
  • 1949 - Canciones y cuentos del pueblo quechua.
  • 1953 - Cuentos mágico-realistas y canciones de fiestas tradicionales - Folclor del valle del Mantaro.
  • 1956 - Puquio, una cultura en proceso de cambio.
  • 1957 - Estudio etnográfico de la feria de Huancayo.
  • 1957 - Evolución de las comunidades indígenas.
  • 1958 - El arte popular religioso y la cultura mestiza.
  • 1961 - Cuentos mágico-religiosos quechuas de Lucanamarca.
  • 1966 - Poesía quechua.
  • 1966 - Dioses y Hombres de Huarochirí.
  • 1968 - Las comunidades de España y del Perú.
  • 1975 - Señores e indios
  • 1976 - Formación de una cultura nacional indoamericana.
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Yawar Fiesta
El tema de una corrida de toros al estilo andino (o “indio”) como centro de un conflicto que enfrenta a razas y grupos sociales en un poblado de la sierra peruana nació en la mente de Arguedas cuando, según su confesión, asistió a una corrida en Puqui, en julio de 1935. En esa ocasión uno de los capeadores indios, apodado el Honrao, fue destrozado por el toro. En 1937 Arguedas publicó dos relatos que son antecedentes de la novela: uno titulado “El despojo”, que apareció en la revista limeña Palabra, nº 4, mes de abril (que luego se constituyó en el segundo capítulo de la novela); y el otro titulado “Yawar (Fiesta)”, publicado en la Revista Americana, año XIV, Nº 156, en  Buenos Aires (que es una versión primigenia de la novela). Su deseo de rehacer este relato se vio interrumpido por su estancia en la cárcel de El Sexto, entre 1937-38, por lo que solo pudo llevarlo a la práctica en el segundo semestre de 1940, luego de asistir al Congreso Indigenista de Patzcuaro, en Mexico. Se hallaba entonces en Sicuani, donde ejercía la docencia en un colegio nacional. Aprovechando unas vacaciones de medio año, Arguedas escribió de corrido la novela. Un incentivo fue un concurso continental de novela hispanoamericana convocada por una editorial de los Estados Unidos: jurados reunidos en cada país hispanoamericano debían elegir una novela representativa que sería enviada a un jurado internacional auspiciado por dicha editorial. En el Perú el jurado nacional estuvo conformado por Augusto Tamayo Vargas, Estaurdo Núñez, Luis E. Valcárcel, entre otros. A medida que avanzaba los capítulos de su novela Arguedas los iba enviando a Lima, a su amigo el poeta Manuel Moreno Jimeno. La correspondencia entre ambos documenta al detalle la labor de Arguedas. Pero para éste debió ser una decepción que no se eligiera su novela como representante del Perú en el concurso internacional, siendo desplazado por la obra de un desconocido, José Ferrando, titulada Panorama hacia el alba. Cabe agregar que la ganadora del concurso internacional fue nada menos que la gran novela indigenista de Ciro Alegría, El mundo es ancho y ajeno, enviada en representación de Chile, donde dicho escritor se hallaba desterrado.


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Diamantes y pedernales


La novela relata la incorporación del indio Mariano a la vida de un pueblo de la sierra como arpista al servicio exclusivo del terrateniente don Aparicio. Mariano es un ser talentoso y marginal a quien la incomprensión de la gente común lo ve como un upa o idiota. Luego se narra el amor de don Aparicio por Irma, una mestiza a la que había raptado de un pueblo lejano, amor que es correspondido, pero estos amoríos se ven luego perturbados por la llegada de Adelaida, una hermosa joven costeña de la que el terrateniente se enamora apasionadamente. Finalmente, se narra la muerte de Mariano en manos del terrateniente como castigo por haber tocado el arpa en casa de la celosa Irma y por involucrarse en las artimañas de ésta para atraer nuevamente a don Aparicio. Como expiación a su crimen, don Aparicio abandona el pueblo yéndose lejos.



EL SUEÑO DEL PONGO
|Haravicus| El sueño del Pongo se narra la historia de un hombrecito que era sirviente y pequeño de estatura. El patrón de la hacienda siempre se burlaba del hombrecillo delante de muchas personas. El pongo no hablaba con nadie; trabajaba calladito y comía sin hablar. Todo cuanto le ordenaban, cumplía sin decir nada. El patrón tenía la costumbre de maltratarlo y fastidiado delante de toda la servidumbre, cuando los sirvientes se reunían para rezar el Ave María en el corredor de la casa hacienda. El patrón burlándose le decía muchas cosas: "Creo que eres perro, "ladra", "ponte en cuatro patas", "trota de costado como perro". El pongo hacía todo lo que le ordenaba y el patrón reía a mandíbula batiente. El patrón hacía lo que le daba la gana con el hombrecillo. Pero... una tarde, a la hora del Ave María, cuando el corredor estaba repleto de gente de la hacienda, el hombrecito le dijo a su patrón: "Gran señor, dame tu licencia; padrecito mío, quiero hablarte". El patrón le dice: "Habla... si puedes". Entonces el pongo empieza a contarle al patrón lo que había soñado anoche: "Oye patroncito, anoche soñé que los dos habíamos muerto y estábamos desnudos ante los ojos de nuestro gran padre San Francisco, Él nos examinó con sus ojos el corazón del tuyo y del mío. El padre San Francisco ordenó al Ángel mayor que te eche toda la miel que estaba en la copa de oro. La cosa es que el ángel, levantando la miel con sus manos enlució todo tu cuerpecito, desde la cabeza hasta las uñas de tus pies, Bien, ahora me tocaba a mí, nuestro gran Padre le dijo a un ángel viejo: "Oye, viejo, embadurna el cuerpo de este hombrecito con el excremento que hay en esa lata que has traído: todo el cuerpo, de cualquier manera, cúbrelo como puedas, ¡Rápido!" Entonces, patroncito, el ángel viejo, sacando el excremento de la lata, me cubrió todo el cuerpo con esa porquería. Espérate, pues, patroncito, ahí no queda la cosa. Nuestro gran Padre nos dijo a los dos: "Ahora, ¡lámanse el uno al otro; despacio, por mucho tiempo".